QUÉ ES MORIR
— Como yo lo estoy viendo
Un artículo revelador del significado que hay detrás de la muerte y la vida escrito por Barry Long mientras él se acerca a su propia muerte.
Místicos y poetas de todas las épocas nos han dicho que nuestro verdadero hogar es la eternidad. Nuestra corta estadía en la tierra y nuestro más profundo anhelo parecerían confirmar que pertenecemos a otro lugar.
A medida que me acerco a la muerte física estoy viendo si puedo poner la inspiración de los místicos dentro de un contexto más fácilmente comprensible para nosotros, gente común y corriente – temporalmente – de la tierra.
Para hacer esto veo que tendré que acceder a la misma área de conocimiento desde la cual escribí “Los Orígenes del Hombre y del Universo” hace más de dos décadas. Como ese conocimiento se extiende desde la tierra a la eternidad los conceptos que estoy forzado a usar estarán por fuera de la experiencia pensante normal y racional. Pero como el pensamiento racional no tiene explicación de lo que en verdad somos, de lo que estamos haciendo o hacia donde vamos, y como todos deben pasar finalmente por este camino, parece ser apropiado introducir otro paradigma, otra forma de mirar las cosas.
Eternidad
En realidad, cada uno de nosotros es un punto de inteligencia en el profundo espacio de la eternidad. Si casualmente nos preguntaran donde está la eternidad, probablemente señalaríamos al profundo espacio de las estrellas. Y estaríamos en lo correcto. Ya que ese espacio simboliza la eternidad – lo simboliza porque es externo a nosotros mientras que en realidad somos uno con la eternidad adentro nuestro. Es innegable que en nuestro estado manifiesto somos terrícolas. Y que mientras estamos acá desarrollamos un apego a la tierra y a su belleza. Aunque la eternidad es nuestro verdadero hogar, después de la muerte nuestro persistente apego a la tierra, eventualmente nos atrae de nuevo y nuestra inteligencia vuelve a presentarse en un nuevo cuerpo físico.
Entonces antes del nacimiento somos espíritus de inteligencia, libres y sin cadenas en el maravilloso e ilimitado espacio de la eternidad. Pero el apego (o karma) es una forma de voluntad y determina nuestra recurrencia en la tierra, atrayendo a nuestra inteligencia de nuevo al tiempo fenoménico en el momento de la concepción biológica. De ahí en adelante empezamos a acumular un cuerpo de pasado – un cuerpo físico y mental que enreda y forma un capullo alrededor del espíritu libre. Sin embargo, no todo está perdido. Con el pasar del tiempo, la enfermedad y la vejez infligen daños al cuerpo y la mente, y el morir comienza – el morir para volver a casa, a la eternidad.
Es ahí donde estoy en el momento de escribir – muriendo de un avanzado cáncer de próstata. Y me siento movido a poner por escrito el paradigma de lo que este proceso de morir me sugiere.
El proceso
La desorientación y el dolor que acompañan el morir es el lento despojarse del cuerpo de la carne y la experiencia. El viejo entusiasmo por vivir desaparece. El apetito y el interés por el mundo disminuye, y la vitalidad se va retirando del cuerpo. La debilidad y la necesidad de dormir aumentan. El tiempo en la tierra se está acercando a un final.
A medida que el apego o karma de esta recurrencia en particular es vivido, su dominio sobre el espíritu libre se debilita. Además, ahora el espíritu resuena cada vez más a la velocidad del espíritu eterno del cual es una parte inseparable. La increíble rapidez de la resonancia desaloja y se deshace de cantidades crecientes del empalagoso cuerpo biológico. Esto causa la enfermedad final del cuerpo, siendo los efectos secundarios de los medicamentos y los tratamientos parte de la totalidad del proceso.
Dios inmanente
Al mismo tiempo, mientras que el yo organizador – comúnmente llamado el ego – pierde interés en lo externo para concentrarse en tratar de comprender lo que está ocurriendo en el cuerpo, el Dios inmanente va surgiendo. Esto es extremadamente gradual y sutil. El signo que lo indica es cuando el individuo moribundo se sienta inmóvil y está aparentemente mirando hacia delante o la nada por períodos cada vez mayores.
El Dios o Señor inmanente es el espíritu de inteligencia que entró en el cuerpo en la concepción. No tiene atributos. Es inteligencia pura sin la corrupción de la mente o el saber. La creciente negación de todo lo que el individuo solía ser, permite al Señor o al Dios inmanente “aparecer” en el cuerpo moribundo y los seres queridos sensibles pueden realmente presenciarlo. Pero a menudo la aparición pasa desapercibida por su extremada sutileza y ausencia de atributos identificables – combinado con la sensación de pérdida y pena en los seres queridos que perturba su sintonía con lo que está ocurriendo. Lo más cercano que se puede decir para describir esta metamorfosis divina es que una inconfundible dulzura y amor aparece en el paciente, más refinado que cualquier otra cosa jamás vista en él o ella antes.
Yo, el paciente moribundo, estoy ahora como la crisálida acercándome a la transformación en mariposa.
El momento de la muerte marca la liberación del último vestigio de pasado que restringe. La asombrosa transición está completa. Yo, el espíritu de inteligencia, irrumpo libre y me elevo a través del espacio interno para reunirme con el Bien o Dios eterno y trascendente.
Pero en verdad yo nunca abandone lo eterno. Yo era simplemente el genio dador de poder - aparentemente envuelto en un capullo - que hizo el sueño biológico posible.
¿Pero como yo, el escritor, sé esto cuando aún no he muerto? ¿De dónde proviene este supuesto conocimiento de la vida después de la muerte? ¿Son pensamientos ilusorios, no sólo míos, sino de una multitud de gente que ha tenido tales vislumbres?
Auto-conocimiento y auto-conocimiento
Para mí el conocimiento proviene de que todos nosotros hemos pasado por la muerte física y el nacimiento muchas, muchas veces en vidas recurrentes. Por esta razón, lo llamo Auto-conocimiento con una A mayúscula. Luego, está el auto-conocimiento con una a minúscula. Ambos hacen referencia a la experiencia interna. Cualquier otra información que llamamos conocimiento se relaciona con lo que hemos oído, leído u observado afuera de nosotros.
Tomemos el auto-conocimiento. Surge de la experiencia interna, tal como haber tenido una severa gripe. Si fueras un doctor que nunca tuvo gripe, conocerías todos los síntomas pero ese conocimiento no sería un resultado de tu auto-conocimiento, o de tu experiencia. El conocimiento provendría de lo que has aprendido y memorizado por medio del estudio y la observación de otros fuera de ti. Pero si hubieses tenido gripe habrías descubierto que los efectos no eran en absoluto como pensabas que eran. Esto se aplica a toda experiencia. A menos que hayas experimentado realmente algo por ti mismo, no es auto-conocimiento.
Cuando se trata de la experiencia profundamente traumática de tus innumerables muertes y nacimientos, a través de tiempo inconmensurable, el conocimiento tiene la característica de ser Auto-conocimiento con una A mayúscula. ¿Por qué? Porque la secuencia recurrente de nacer, vivir y morir representa todo lo que yo - la consciencia individual en tu cuerpo ahora - he experimentado alguna vez, todo lo que he sido alguna vez – la suma total de lo que soy en este momento. Este Auto-conocimiento es inaccesible para la mente superficial cuyo foco exclusivo está en una vida viviente – esta.
Maestros espirituales
El Auto-conocimiento con una A mayúscula es almacenado permanentemente en el espíritu de inteligencia con el que todos nacemos. Los maestros y guías espirituales hablan desde diferentes grados de Auto-conocimiento. Esto permite al individuo que escucha descubrir la profundidad de su propio Auto-conocimiento – basado en el hecho de que en la verdad (Auto-conocimiento) sólo puedes reconocer aquello que ya has vivido. Si te relacionas con lo que el maestro dice, estás con él en Auto-conocimiento y te deleitas al escuchar “lo que no te habías dado cuenta que ya sabías”. Si su Auto-conocimiento es menor que el tuyo, o demasiado profundo para que lo escuches en este momento, lo dejarás. Vislumbres de la realidad invisible son bastante comunes. Pero cuando la mente se agarra de esto construye estructuras conceptuales que están más relacionadas con la supervivencia después de la muerte – por ejemplo encuentros con seres queridos muertos – que con la simple verdad de la libertad inexplicable.
Cuando yo realizo la inmortalidad, realizo mi propio Auto-conocimiento: que sólo muere el cuerpo/cerebro y que yo, el espíritu de inteligencia, todavía soy. Cuando realizo a Dios o al Yo, realizo lo supremo de mi Auto-conocimiento hasta ese momento: que yo y Dios o el Yo somos uno.
La profundidad y alcance del Auto-conocimiento varía en cada uno y determina el grado de sensibilidad a la realidad invisible. Dado que el conocimiento proviene de haber pasado por muchas, muchas vidas y muertes físicas recurrentes, finalmente la muerte ya no es vista como algo que hay que temer sino como una transición natural de la oscuridad de la ignorancia a la luz de la vida.
La recurrencia no es lo mismo que la extendida creencia oriental en la reencarnación personal. La recurrencia produce Auto-conocimiento que no es accesible a la mente que cree o recuerda. El Auto-conocimiento es algo totalmente impersonal y más vasto que la reencarnación. Todos los rasgos personales con los que la persona se identifica, mueren con el cuerpo, mientras que el Auto-conocimiento persiste como la luz que guía en el inconsciente por detrás de la escena existencial.
El dilema básico
El trauma de morir físicamente se debe a nuestro dilema básico. Por un lado somos el espíritu eterno de inteligencia o consciencia que le permite al cerebro pensar y percibir; por el otro somos criaturas sensitivas. Sentimos sensaciones de placer y dolor y una amplia gama de sentimientos intermedios. Como seres sensitivos somos mortales y debemos morir.
Lo que causa el dolor o la incomodidad al morir es la retirada del espíritu abstracto de consciencia del hábito de estar apegado a lo mortal. Debemos mirar esto con sentido común. Romper los hábitos es uno de los más dolorosos intentos cotidianos de mejorarnos – hábitos simples como el apego a la comida o ciertas comidas, o tratar de romper el hábito de la nicotina o la droga. Sólo aquellos que han hecho esos intentos pueden apreciar la continua frustración y trauma. Pero cuando se trata de romper el hábito de que la consciencia se identifique con el lado mortal de nuestra naturaleza a lo largo de incontables recurrencias, deberíamos ser capaces de hacernos una idea del quiebre masivamente doloroso que involucra – junto con el maravilloso alivio cuando la identificación se rompe.
Mi propio verdugo
Cuando lo miramos de cerca, nacer – entrar – no es tan diferente de morir – salir - excepto que uno es casi lo inverso de lo otro. La gestación en el útero lleva nueve meses y la madre soporta el dolor y la incomodidad del nacimiento. Morir por vejez y enfermedad también lleva meses mientras el cuerpo y las expectativas – producto del tiempo y la experiencia – se disuelven lentamente. En la ausencia de la envolvente carne maternal de amor, el individuo necesariamente debe soportar el dolor y la incomodidad. Pero no del todo solo porque es el espíritu de inteligencia que nos está llevando a casa.
Como ya dije, estoy muriendo mientras escribo esto. Y la justicia extraordinaria es que parte de lo que me está matando es la hormona masculina que supuestamente me hizo hombre. La hormona alimenta el cáncer que se está extendiendo a través de mis huesos. Es así que soy mi propio verdugo.
Lo mismo, sospecho, se aplica a la mujer. La hormona femenina parece alimentar a los cánceres que la afligen. Todo esto afirma para mí que hay una justicia mayor detrás de la mortalidad de los varones y mujeres que somos aquí, que en realidad Hombre y Mujer ya están unidos como un elevado principio único – un principio que se eleva por encima de los géneros reproductivos menores en la tierra, tal como el cielo se eleva sobre todo.
Infinidad de espíritu
Como yo lo veo, la existencia es un enclave sensorial rodeado por una infinidad de espíritu, o espacio real. La imagen es algo similar al planeta tierra rodeado por la aparente infinidad de espacio cósmico. Sin embargo, el espacio cósmico y todo el espacio que percibimos entre los objetos es irreal porque es el producto de nuestro sensorial cerebro mortal. Cualquier cosa mortal debe morir y por lo tanto ni el cerebro ni sus efectos pueden ser reales; porque lo que es real no puede morir o desaparecer. Sin embargo, para que cualquier cosa exista tiene que haber una realidad mayor por detrás.
Es dentro de esta área que estoy mirando: hacia lo real.
El paralelismo que he planteado de la tierra en el espacio cósmico y la imagen del enclave sensorial rodeado por la infinidad de espíritu, muestra como el cerebro – mi cerebro – tiene que reproducir una versión sensorial o modelo de la realidad que está detrás del cerebro. Y por supuesto los paralelismos continúan a través de cada nivel de la existencia. Si esto no es así, todo termina con la tumba.
Esto finalmente se reduce a que en realidad sólo hay espíritu. El espíritu abarca la eternidad y todos los otros superlativos en relación a la maravilla sin fin de Dios. Cada objeto y cada cosa en la existencia, desde los cielos estrellados hasta el más pequeño microbio, es espíritu. No podemos registrar esto porque el cerebro humano es un mecanismo sensorial vibratorio que sólo puede reproducir una versión infinitamente degenerada del poder inmóvil del espíritu que nos rodea. El cerebro – en sí mismo una creación del espíritu - repite la infinidad de espíritu produciendo una variedad infinita de criaturas, cosas y condiciones en una corriente incesante de formas perceptibles. Esta versión sensorial – la totalidad continua de la escena en movimiento de la existencia – termina con la muerte del cerebro individual. En ese momento, el espíritu de inteligencia pierde su identificación con lo que no era real y entra en una nueva fase que tiene que ser llamada “más real”.
Lo “más real”
Lo “más real” consiste en las profundidades cada vez más abstractas de la psique. Esta vasta abstracción invisible rodea todo el enclave sensorial como un gran lago alrededor de un pequeño guijarro. La psique en sí misma es a su vez rodeada y empoderada por el espíritu que lo permea todo. La realidad de lo “más real” es revelada sólo después que la muerte se ha llevado el cerebro vibratorio y su vibrante mundo físico.
Lo “más real” representa un tiempo mucho más rápido que el de la tierra y es una extensión abstracta de la existencia – esto significa que contiene la realidad que está detrás de la existencia de cada cosa. Y es absolutamente necesaria por varias razones.
Lo “más real” es el lugar en que, en el momento de la muerte, el espíritu de inteligencia en todos nosotros se despierta después de haber gravitado hacia un grado en la psique equivalente a su propia pureza y refinamiento de auto-conocimiento. Éste es su cielo, su completa y total realización. Después de otros numerosos procesos y en un tiempo que no podemos comprender, esa inteligencia en particular nace de nuevo en la tierra, como he descrito anteriormente. Por lo tanto esta parte esencial e invisible de la existencia hace posible el gran ciclo y el drama de la vida y la muerte – aunque para nosotros es en realidad el gran ciclo o drama de vivir, de la muerte y la vida.
Para nosotros que estamos en la existencia, los niveles de la psique abstracta también actúan como amortiguadores entre lo físico sensorial – el cerebro – y el enceguecedor poder del espíritu. El espíritu en la existencia tiene su paralelo en la majestuosidad y la interconexión de fuego entre las galaxias y las estrellas tal como es revelada por nuestros instrumentos hechos por el cerebro (dando mayor protección divina del poder ardiente). Nada físico podría soportar directamente la profundidad y el poder divinos. Aquí recuerdo el grito de terror de Arjuna “¡Detente, Detente!” en el Bhagavad Gita Hindú cuando, a su pedido, el dios Krishna revela su poder abrumador.
Barry Long 2003
© The Barry Long Trust